Dos días y cinco desfiles después de asistir al de Off-White, la decepción persistía. Un compromiso previo en Paul Smith había causado una llegada tarde, perdiéndome la mitad del espectáculo y apagando la experiencia en general. La conexión perdida con el diseñador Virgil Abloh, a pesar de un breve reconocimiento, solidificó aún más la sensación de una oportunidad perdida. La emoción de la Semana de la Moda de París se desvanecía, reemplazada por una sensación de melancolía y el inminente regreso a casa.
La vibrante ciudad de París, típicamente una fuente de alegría, no podía enmascarar el descontento subyacente. La emoción de los desfiles de moda, las nuevas prendas adquiridas y los encuentros con figuras influyentes dentro de la industria parecían insuficientes. Algo más profundo faltaba. Un evento específico, el desfile de Pigalle, se destacó como un marcado contraste con el estado de ánimo predominante. Irónicamente, el disfrute de ese espectáculo en particular provino de la ausencia de una presencia paterna.
La comprensión llegó: el papel de acompañante había obstaculizado inadvertidamente la participación genuina en la experiencia. La preocupación constante por la percepción del padre, la preocupación por el juicio sobre los estilos extravagantes y la incapacidad de sumergirse completamente en la atmósfera habían creado una barrera. La atención del niño se había dividido entre el espectáculo en sí y las reacciones percibidas del adulto acompañante. El entusiasmo genuino de los expertos de la industria, los periodistas de GQ, los compradores y figuras influyentes como el dueño de Wild Style, contrastaba marcadamente con la observación distante del forastero. Su pasión por las complejidades del diseño, la historia de las casas de moda y su profunda comprensión de la industria resonaron profundamente.
Este encuentro destacó un deseo humano fundamental: el anhelo de pertenencia y conexión con personas de ideas afines. El estilo personal cuidadosamente seleccionado no era simplemente un acto de rebelión o una muestra de individualidad; era un faro que señalaba una búsqueda de parentesco. Era una súplica por el reconocimiento de aquellos que compartían la misma pasión, entendían los matices de la ropa masculina y apreciaban la dedicación a la autoexpresión a través de la ropa. La experiencia trascendió la superficialidad de las prendas; se trataba de encontrar una comunidad que validara una pasión profundamente arraigada. Se trataba de descubrir «tu gente», aquellos que compartían el mismo interés ferviente en la moda masculina y su significado cultural. Esta comprensión trajo una sensación de consuelo y validación, destacando la importancia de encontrar la propia tribu dentro del vasto panorama del estilo personal y la autoexpresión. Conectar con personas que realmente «lo entienden» afirmó que la pasión por la ropa masculina no era simplemente un interés fugaz, sino un aspecto definitorio de la identidad. Encontrar esta comunidad a temprana edad fue un paso significativo en un viaje de autodescubrimiento.